¿HAS PERDIDO TUS DETALLES?

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Cuentan que un viajero, después de visitar varias veces en el Oriente unos maravillosos campos, observó que no crecía ninguna planta o árbol. Preguntó, entonces, a un anciano del lugar si no eran aquellas tierras igual de fértiles que las que él conocía. El anciano le respondió que, por supuesto, eran fértiles. Le dijo que había plantado, desde hace más de seis años, un bosque de bambús, que cuidaba y regaba amorosamente. 

El visitante se volvió a extrañar de no ver los frutos de esa siembra y cuidado, pero pensó que el anciano no le estaba respondiendo con la verdad así que, de nuevo, siguió su camino. 

Unos meses después, de regreso por las mismas tierras, el visitante quedó ahora sorprendido por encontrar un frondoso bosque de bambús, en el mismo lugar donde no había visto nada meses atrás. Volvió, entonces, al anciano a preguntarle por lo que él consideraba un milagro.

-¿Qué ha sucedido, anciano? ¿Cómo es posible hoy esta belleza donde ayer no había nada?

-Ya le dije, amigo – le respondió el anciano -, claro que sí había algo: la siembra y trabajo de varios años. Y es que cuando plantas el bambú, durante los primeros años no notas nada porque la planta está creciendo hacia dentro. Pero cuando llega el séptimo año, la planta empieza a crecer a lo alto y, en unas semanas, puede alcanzar una altura de hasta treinta metros. Y eso es lo que ve ahora.

El visitante, después de charlar con el anciano y, mientas se alejaba, no dejaba de admirar la belleza de aquel milagroso bosque. Ahora, continuó su camino con una nueva lección aprendida: «los milagros» son fruto del trabajo cuidadoso y constante y, algunos frutos, necesitan algo más de tiempo.

Recordaba esta antigua historia japonesa al leer estos días sobre resiliencia y subrayar una frase de Boris Cyrulnik: “En el momento del traumatismo no se ve sino la herida, claro. Solo mucho tiempo después podrá hablarse de resiliencia”. Es decir, después de un tiempo, como en tantos casos, y siempre en el ámbito del desarrollo humano, después de persistencia y esfuerzo, podemos ver los frutos. En este caso, los frutos del trabajo sobre nuestra resiliencia.

Estas reflexiones me llevaban a pensar hoy, pasados ya más de dos meses de confinamiento, adversidad y lucha contra la pandemia, si podremos ver ya algunos frutos en nuestro crecimiento personal, aunque sean pequeños. Un hábito se forja a través del tiempo, y parece ser que han de pasar unos sesenta y seis días para que el comportamiento se automatice, así que ya estaríamos en condiciones de preguntarnos: ¿qué nuevos hábitos tenemos?, ¿qué hemos ganado en estos días de encierro?, ¿en qué hemos estado trabajando para conseguir algo nuevo de nosotros mismos y poder ofrecérselo a los demás? Por mi parte pensaba en la familia, mi esposa, mis amigos, mi paz, mi trabajo, mi fe… ¿cuánto he crecido en estos ámbitos? Y he sacado mis propias conclusiones.

Pienso que estos interrogantes nos devuelven al camino de nuestra resiliencia. Y, vistos los frutos, podemos volver a las preguntas esenciales: ¿de verdad quiero aprovechar esta situación para crecer?, ¿dónde voy a seguir desarrollando nuevas habilidades?, ¿quién quiero ser cuando termine esta época de dificultad? Permíteme actuar de nuevo de Pepito Grillo y, de nuevo, preguntare: ¿creció ya tu semilla o vas a plantar una nueva?

Ahora, debe ser tu momento

Siguen pasando los días y las semanas, y la mayoría seguimos trabajando en casa. Hemos querido decir que estamos en un momento de home office, si bien creo que hay muchas diferencias entre el home office y trabajar desde casa por una pandemia, empezando porque es un home office compartido con el resto de nuestros seres queridos, incluidos los más chicos con sus coles, y eso, en muchos casos, se que lo está haciendo más complicado.

En cualquier caso, nuestro trabajo lo desarrollamos a distancia, en remoto, y sin la atenta supervisión de un jefe. Y esto se puede ver desde dos perspectivas: aquellos que piensan que han ganado en autonomía, dejando atrás la supervisión estricta y el control; y aquellos que echan de menos la instrucción, la posibilidad de acercamiento a otros para tomar una decisión y, muchas veces, la mano ajena de la que recibimos una solución. Esa doble perspectiva que nos enfrenta a un problema de dependencia o nos acerca a un espacio de autonomía y auto-gestión.

Y aquí yace ya una primera reflexión, ¿desde dónde estamos observado la situación?, ¿quizá sí estamos echando de menos esa supervisión más cercana o, por el contrario, nos sentimos cómodos en una necesaria auto-gestión?

Ser autónomo, supone poder tomar por uno mismo decisiones, asumiendo su responsabilidad, y requiere de capacidad, habilidad y actitud. Saber y tener los conocimientos y herramientas sobre lo que voy a decidir (capacidad); tener las destrezas para poder ejecutar esas decisiones (habilidad); y la voluntad y predisposición para llevarlas a cabo (actitud). Supondrá, por parte de los líderes, de haber formado y capacitado a sus equipos para esa toma de decisiones; mientras que, por parte de cada uno de nosotros, poner en marcha nuestras capacidades, conocimientos y, sobre todo, una mentalidad de accountability.

Me gusta entender que ser accountable significa no sólo dar cuenta de nuestros resultados, sino también implica adquirir un firme compromiso, sentirnos responsables y protagonistas de hacer que las cosas sucedan y los resultados se den, hacer nuestros esos resultados, y ser proactivos en su búsqueda.

Hoy, sin lugar a dudas, es nuestro momento de prueba: como líderes, para saber si hemos desarrollado en los demás esa mentalidad de autoexigencia y autonomía; y, para cualquier persona, para reconocer y explorar en nosotros mismos cómo desarrollar nuestra propia autonomía. Es nuestro momento para demostrar que podemos aportar sin que nos lo pidan: que valemos, queremos y podemos; es el tiempo de mostrar nuestro talento, y adelantarnos, sugerir y proponer ideas, soluciones, alternativas; es el momento de hacer ver que somos más que responsables y que vamos a por todas, que tenemos ganas, ilusión y pasión por hacer bien las cosas.

Como en todos los grandes equipos, en alguna ocasión te has podido sentir en la banca, y ver cómo jugaban otros. Hoy, todos estamos en la cancha de nuestra responsabilidad individual. Todos estamos jugando. Depende de ti cómo vas a correr de rápido, cómo vas a gestionar tus fuerzas y recursos, cómo vas a jugar la pelota y cómo vas a defender los intereses de tu equipo.

Esa sensación de protagonismo es lo que va a definir tu mentalidad de accountability. Y, con el ánimo de indagar y extender esa mentalidad, permíteme resumir hoy su desarrollo en estos cinco puntos:

1. Ownership: Desarrollar nuestro sentimiento de propiedad y pertenencia. Los objetivos son nuestros, la tarea, es nuestra tarea, la responsabilidad de los resultados, es nuestra. La empresa, la compañía y el equipo, por supuesto, están para apoyarnos, pero nosotros somos los dueños de nuestra parcela.

2. Propositivos: Frente a la queja o el foco en lo que no funciona, hemos de hacer especial énfasis, más en estas circunstancias, en nuestras propuestas de cómo sí hacer para que funcione. Ser capaces de ofrecer y tener la confianza para expresarnos y proponer soluciones a situaciones a las que aún es difícil de adaptarse.

3. Límites: Si hablamos de compromiso, hemos de tener claro que no nos podemos comprometer a cualquier cosa o decir que sí a cualquier compromiso. Comprometernos con todo es comprometernos con nada. Hemos de ser asertivos para poner límites y definir, o ayudar a definir prioridades, para también tener un balance de vida.

4. Proactividad. Si ser propositivos y centrarnos en las soluciones es una necesidad mayor en estos días de mayor autonomía, adelantarnos, en vez de esperar a que alguien levante la mano, será una consecuencia necesaria para asumir esa responsabilidad y hacer que las cosas sucedan. Y sucederá, siendo proactivos, gracias también a nosotros.

5. Experimentar. Todos estamos en diferentes situaciones de incertidumbre, no tenemos todas las respuestas y las soluciones que nos gustaría, y menos a la mano. Eso nos obliga a tener iniciativa, y experimentar con nuevas opciones. Probar, arriesgarnos, ser creativos, no será una opción si queremos liderar y ser capaces de ejercer nuestra autonomía. 

Hoy, especialmente estos días de incertidumbre, es tiempo de valientes. Valientes que asumen, con coraje, la responsabilidad de sus propias decisiones. Tienes, tenemos, un enorme campo de pruebas para ejercer nuestra responsabilidad. El reto es aceptarla; el desafío, practicarla; el éxito, demostrarla. Ahora, debe ser tu momento.

Estos días se están librando dos batallas, dos batallas en las que estamos todos comprometidos y de las que siempre nos acordaremos: una externa, contra el virus y sus consecuencias sanitarias y económicas; y otra interna, con nosotros mismos. Esa batalla propia que libramos ustedes y yo cada día para encontrar una mejor respuesta frente a estas circunstancias, tanto en lo personal como en lo profesional. Una batalla para sentirnos mejor, para ganar en esperanza y optimismo, para salir fortalecidos. Esa batalla interna, es nuestra segunda flecha.

Hace unos días leía la historia de un maestro que preguntó a uno de sus discípulos: “¿crees que sería doloroso si te hiriera una flecha?” Aquel joven supuso que sí, que le dolería lo suficiente como para siempre tratar de evitarla. Tras la respuesta, el maestro le volvió a preguntar, “¿y si después, te alcanzara otra flecha, te dolería más?” Y tras dejar un breve silencio, continuó explicando: “en la vida, no siempre podemos evitar o controlar la primera flecha. Sin embargo, la segunda flecha es nuestra reacción a la primera. Y con esta segunda flecha viene la posibilidad de elegir”.

Nuestra reacción a la primera flecha es la segunda flecha, ¡qué interesante! Esa primera flecha vendrá representada hoy por todo aquello que no podemos controlar, que no está en nuestras manos: la pandemia, el confinamiento, los contagios, la crisis que llega…, pero después, aparece nuestra segunda flecha, nuestra respuesta, que representa la apertura a la posibilidad de elegir. 

Esa posibilidad de elegir, de apartarnos de la segunda flecha o  bien de gestionar la situación que ha sido provocada tras la herida, depende de cada uno de nosotros. Y en esa capacidad de elección, y ampliar nuestras posibilidades de respuesta, se basa la resiliencia.

Boris Cyrulnik, quizá el mayor experto en resiliencia, define ésta como ”el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma”. El experto diferencia entre el dolor y el sufrimiento. El dolor – la primera flecha – es inevitable; el sufrimiento – la segunda flecha – es necesariamente objeto de gestión. Cómo realicemos esa gestión es lo que nos hará más o menos resilientes.

Permítanme compartirles algunas claves de las personas que están siendo más resilientes y en las que nos podemos apoyar todos nosotros:

1. Aceptación: aceptar la realidad tal cual es. Aceptando lo que  sí está bajo nuestro control y lo que no. Transformando la preocupación en ocupación.

2. Compasión: tratar a los demás, y a nosotros mismos, desde el cariño y el amor. Que la exigencia o la autocrítica siempre encuentren asiento en la compasión.

3. Sentido de control: siendo conscientes de que podemos elegir, y centrándonos en aquello que sí depende de nosotros. A partir de ello y a través suyo, gestionar nuestras respuestas.

4. Agilidad emocional: ser capaces de tener apertura para gestionar de manera más inteligente nuestras emociones y, en vez de atascarnos en respuestas automáticas e inflexibles, darnos la oportunidad de ser flexibles en nuestras respuestas, emocionales, cognitivas y conductuales.

5. Perseguir un objetivo significativo: son momentos para concentrarse en quién ser en vez de en qué tener. Buscar una causa o propósito que nos mueva y reforzar unos valores que sean nuestra guía.

6. Buscar el crecimiento y aprendizaje en las situaciones más complicadas: desafiarnos a buscar el reto de ver las situaciones que estanos viviendo para un mayor desarrollo, y así crecer y aprender algo nuevo. Hacer real la frase de que nuestro antagonista es nuestro maestro.

7. Ser generadores de optimismo y esperanza: apostando por un mejor mañana posible y encontrando motivos por los que sí creer en él. 

8. Apoyo social: buscar y ofrecer apoyo a los demás, especialmente a las personas más queridas, a los más cercanos, a quienes tienen algún tipo de relación con nosotros, de tal manera que seamos para ellos un factor de positividad.

Estos elementos nos apoyarán para ofrecer mejores respuestas y afrontar la adversidad desde el crecimiento y la transformación.

Que tu batalla sea la segunda flecha, y ésta sea tu mejor respuesta. De ella dependemos todos y también los que amamos. Tu resiliencia, innegablemente, será apoyo para los tuyos.

Tarde de sábado…, y como casi todas estas tardes de sábado y coronavirus, tenemos “cine en casa”. Ponemos una peli y disfrutamos de la pequeña pantalla. Esta vez pusimos “Géminis”. Había escuchado buenas críticas pero además de gustarme como peli de acción, me ha llamado la atención el mensaje de fondo. El argumento, en un momento dado, me recordó una antigua película que vi de niño y me impactó sobre manera: «Los niños del Brasil». Pero de ella ya os comentaré en otra ocasión. La película de hoy, plantea un dilema ético. 

En un momento dado, uno de los protagonistas desarrolla su argumento: “(…) ¿Viste lo que pasó allí?, las atrocidades, amigos que regresaban a casa en una caja de madera. ¿Por qué aceptar eso si hay una solución mejor? (…) Podemos proteger al mundo entero sin que nadie sufra por ello”. Se refería a los horrores de la guerra. Y esa solución mejor de la que habla, mira a construir una máquina semi-humana para vencer esas batallas: alguien que no sufra pero que sea capaz de generar un terrible dolor al enemigo; alguien que sea humano, pero aprenda a no sentir y así evitar el miedo, la frustración o la tristeza; alguien que obedezca, pero no tenga la capacidad crítica para pensar sobre lo que hace y sus consecuencias. Alguien que evite más dolor, a costa de perder su humanidad. Crear alguien, en definitiva, que siga ciegamente instrucciones para que los demás podamos ser libres. El dilema ético tan viejo como la humanidad: alguien que, por un fin noble, o pretendidamente noble, se olvide de los medios empleados. Alguien que siga pensando que el fin justifica los medios. Y actúe en consecuencia.

Y, ¿por qué no? ¿Por qué no crear un monstruo omnipresente que vigile por nuestras libertades? Quizá porque habríamos creado un monstruo y eso no es bueno. Quizá porque en ese momento habríamos renunciado a esa preciada libertad. Quizá porque no es cierto que vivir prescindiendo de la libertad sea la mejor opción. Es el sueño totalitario. El sueño de creer que sólo nosotros tenemos la clave para organizar la sociedad como conviene, y prescindir de la opinión ajena. Es lo contrario de lo que es, o debería de ser, la democracia o, para mejor decir, el sistema liberal que trajo la democracia: no sólo el gobierno de la mayoría, sino el respeto por la minoría, una minoría que mañana pueda convertirse en mayoría.

Hace mucho leí en Marañón que el fin debe quedar justificado por los medios. En concreto dijo: «Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin». Creo que necesitamos más liberales en estos tiempos, al menos entendidos a la manera de Marañón. Y, para ello, hemos de ser capaces de la crítica, la autocrítica y la reflexión sobre nuestras equivocaciones

Hoy, más que nunca, en esta crisis internacional, necesitamos gobernantes, líderes y autoridades; medios, influencers y comunicadores; maestros, padres y amigos, que tengan unos sólidos principios éticos, que entiendan y distingan con claridad lo que está bien de lo que está mal, lo que es cierto de lo que no lo es, y que nos enseñen y muestren la verdad, aunque a veces duela, moleste o no sea popular. En definitiva, que la libertad, la verdad y la humanidad – caridad, dirían los clásicos – formen siempre parte de los medios que empleemos para nuestros fines. ¿Y será que en esta crisis se están viendo algunos signos de autoritarismo peligrosos para nuestra libertad?

“Estás hablando de personas”. Esa es la respuesta, seca, directa y contundente que da otro de los protagonistas en Géminis: “¡sí!, de personas”.  Quizá cuando seamos capaces de entender que en la naturaleza de las personas hay unos principios inquebrantables, y que la  verdad y la libertad forman parte de ella, podremos superar de forma colectiva cualquier adversidad, con mayor facilidad y cohesión. Mientras tanto, dar la batalla por ambas, seguirá siendo una obligación cívica.

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